El Lago di Garda

En el norte de Italia, justo donde las llanuras alzan la vista hacia los Alpes, se extiende la Región de los Lagos, en la que conviven los escenarios naturales, el legado histórico y la riqueza artística. Cercano a ciudades de visita obligada como Milán, Verona o Trento, el espejo de agua que es el lago de Garda se apodera del espacio y engaña al viajero, haciéndole creer que se trata de un mar tranquilo en la orilla sur, mientras en la norte recuerda más a un fiordo noruego. Además, un microclima suave convierte los alrededores del mayor lago de Italia (370 km2) en un huertojardín donde crecen cultivos meridionales como la vid, el limonero, la palmera y el laurel. De ahí que, desde la época romana hasta el siglo XIX, la aristocracia haya levantado villas al borde de esta laguna lombarda, cuyas orillas también pertenecen a las regiones del Trentino y del Véneto.
La localidad balnearia de Sirmione, situada en el extremo sur del lago, es el lugar de inicio de este recorrido por los 150 kilómetros de la Gardesana, la sinuosa carretera que bordea el lago y regala vistas imponentes; otra opción, aunque más lenta, es viajar en los barcos que unen muchos pueblos.
Sirmione se asienta en una península que culmina en el castillo de la Rocca Scaligera (siglo XIII), rodeado de murallas. Las playas son la otra atracción del lugar, así como las Grutas de Catulo, donde se ven los vestigios de una villa romana en la que se cree que residió el poeta del siglo I a.C. que le da nombre; se conservan estancias, termas y patios, y la posición privilegiada sobre el  lago.
Desde Sirmione solo hay once kilómetros hasta Desenzano, la capital del lago y también su municipio más poblado. Allí es recomendable recorrer las callejuelas del centro histórico y visitar la iglesia de Santa Maria Maddalena (siglo XVI), donde se puede admirar la Última Cena de Tiépolo.
La ruta sigue en ascensión por la orilla oeste, bordeando villas señoriales, casas de labranza y colinas con viñedos. En el camino surgen etapas atractivas como Saló, una localidad ligada a la memoria de Benito Mussolini, aunque hoy brilla más gracias a sus palacios renacentistas. A escasos kilómetros se llega a Gardone Riviera, donde la aristocracia del siglo XIX construyó villas art déco como Il Vittoriale degli Italiani, hoy un museo, o la que ocupa la Fundación André Heller, que muestra un bello jardín botánico.
Se llega ahora a una de las zonas más boscosas del Garda, en la que se proponen muchas rutas senderistas. Allí está Tignale, famoso por su santuario colgado de una colina, y Limone sul Garda, un pueblo de edificios venecianos y perfumado por cítricos.
 
Así se alcanza Riva del Garda, la localidad más septentrional del lago y una de las más bellas. En ella residió en 1912 el escritor D.H. Lawrence quien, además de encontrar allí la inspiración para varios de sus libros, dejó dicho que «el Garda es hermoso como el principio de la creación». En Riva abundan las mansiones clásicas, los restaurantes situados a orillas del lago y también los excursionistas que la toman como base de rutas hacia los cercanos Alpes.

Se desciende ahora por la orilla este hasta Malcesine, pueblo que el pintor Gustav Klimt inmortalizó en 1913. Se apiña en torno al esbelto castillo Scaligero, que incluye una sala dedicada a Goethe quien lo menciona en su Viaje a Italia (1813). Un teleférico sube al monte Baldo (1.760 m), con una de las mejores vistas sobre el Garda.
El relajante paseo costero pasa cerca de la Punta San Virgilio, uno de los rincones más encantadores del lago, y concluye en Bardolino. Este pueblo constituye, además, una excelente etapa gastronómica para disfrutar de los vinos bardolino, que marinan a la perfección con los quesos de la región del Garda.
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Cómo llegar y moverse: Desde España se vuela hasta Milán (Lombardía), de donde salen trenes a Sirmione (a 137 km). Verona (Véneto) se halla a 42 km y Trento (Trentino), a 127 km. Lo mejor es alquilar un coche para recorrer libremente la zona.